viernes, 19 de octubre de 2012

Relatos: "Brisa de Otoño"


escrito por Pablo A. Giovine

Breve stanza.


Una brisa fresca entraba por las puertas francesas del balcón. El otoño comenzaba, y los colores de Parque, más allá del parapeto de la terraza, se teñían lentamente de colores pálidos, y el brillo que los había precedido empezaba lentamente a transformarse, a opacarse, cuando los matices verdes de las hojas y los troncos marrones se preparaban con calma para un nuevo invierno.

No se oía nada más que el sordo rodar de la pluma de Catherine sobre el block de notas amarillo, mientras clarificaba sus ideas y tomaba notas y apuntes para su próxima audiencia en la corte. De todos modos, no estaba particularmente concentrada en la tarea; había tomado y dejado la pluma varias veces, pero, sin embargo, había continuado escribiendo, pensando, pero sin razonar demasiado, a donde los conocimientos legales la llevaban ya por la inercia de la experiencia, acumulada en tantos años de trabajo.

Había sentido, por momentos, una extraña inquietud… los raros movimientos interiores, desarrollos de ideas (que nada tenían que ver con las presentaciones de la petición de apelación que debía exponer ante el Juez), que por sí solas, se interponían y formaban una barrera entre los sentimientos propios, en lo más profundo de su mente, y la necesidad contrapuesta de continuar escribiendo sobre algo en lo que aparentemente había perdido interés.

No había logrado relajarse aun, después de ver con qué extraordinaria e invisible fuerza esos pensamientos hacían eco en su mente. ¿Tristeza? Tal vez… pero no parecía sino que le llegaban, sin aristas o golpes de dolor, con claros indicios de intención, que se manifestaban como oleadas intermitentes de frío. 

Una sensación de vacío… se había anidado en su corazón, ese frío inarticulado que se manifiesta de pronto, y que hacía contrapunto con la corriente de aire que entraba por las puertas francesas. Se frotó los brazos brevemente, y con un suspiro, se levantó para ir a cerrar las puertas. Cuando llegó allí, se dio cuenta que estaba anocheciendo, y que la delgada franja de luz, de claridad áurea, se estaba desdibujando en el horizonte, más allá del perfil de los rascacielos y los edificios. El reflejo dorado del ocaso, multiplicaba mil luces suaves sobre las incontables ventanas de la magnífica urbe. Pero sin embargo, no sintió placer al verlas.

Iba a cerrar las puertas, cuando de pronto, vio una sombra oscura moverse algo más allá del parapeto del balcón. Era inconfundible. Vincent. Ella salió afuera, rodeada ya de un halo de desengaño, porque cayó en la cuenta de que aquella sensación de inquietud, de miedo, o de frustración (no lo sabía aun con certeza) que había percibido antes, venía de él. Estaba de pie, de espaldas a la pared de ladrillos, completamente inmóvil en toda su altura, cubierto con la capa flotante, que se contoneaba apenas, mecida por la brisa. La capucha echada sobre la cabeza, el rostro en las sombras, no tan intensas como para no permitirle ver el brillo de los ojos, destilando el azul profundo. No había signos externos visibles, nada diferente en él, salvo que la tensión estaba inmersa en el aire que los rodeaba, con un trazo nada leve, y ella sabía que algo estaba mal.

Aun no eran las siete. No había oscurecido del todo.

-Catherine… -dijo, sin moverse en absoluto.

Ella se acercó lentamente, levantando sus manos para tomar las suyas. No hizo falta un saludo, ni ningún gesto introductorio para reconocerse. Rodeó la mesa de hierro para alcanzarlo, pero antes de que llegase a tocar sus manos, él dio un paso hacia atrás. ¿Por qué? Retroceder ante lo desconocido no estaba mal. Pero este no era el caso. Me conoces, Vincent. ¿Qué es lo que pasa? Se preguntó ella. Él la miraba fijamente. 

Parecía que no iba a mover una ceja, cincelado en mármol negro, rígido y distante, pero a la vez, la necesidad gritando dentro de él, con el incontenible deseo de abrazarla, como había hecho tantas veces, de sentir su cabello contra su mentón, y aspirar la esencia fresca de su cabello, la calidez que lo alejaba de la  todos los temores, la sensación de estar vivo, allí, con ella entre sus brazos, estrechándola hasta fundirse por completo con ella. Pero no sucedió.

Otra ráfaga de frío paso entre ellos, Y Catherine supo que no era la brisa de otoño. Eras tú, pensó.  Siguió la línea de tensión hasta el rostro de él, y sonrió suavemente.

-Vincent, ¿qué pasa?

Él parpadeó. Tenebrosa claridad, luminiscencia oscura en sus ojos. Bajó la cabeza y la miró de nuevo, pero algo cambió de repente y el gesto la tranquilizó un poco. Su mano tomó la de ella, esta vez tibia y gentil, tratando de hacer ver que no fingía su preocupación, y que era evidente que había que hablar, que ser consciente de las palabras.

-Yo… -suspiró quedamente y luego continuó.- Yo no estoy seguro.

-¿De qué? –dijo ella, tan tiernamente como pudo.

-De tanto. De tan poco… -contestó él, enigmático, reticente. Catherine sentía la caricia insegura de él, meciendo su mano entre las suyas, despacio, con la suavidad que provoca la prevención de no usar toda su fuerza, temiendo, tal vez, lastimarla si la asía francamente.- Es extraño, no me sentía así desde hace semanas.

Catherine pensó que no había notado nada extraño o inusual el él, removiendo en la memoria, haciendo un recuento de lo que podía haber pasado con él hacía unas semanas. Pero Vincent tenía el don del ocultamiento a flor de piel, y para su desgracia, esa preocupación innecesaria requería siempre de una constancia atroz para contrarrestarse.

-Todo y nada son dos variables opuestas, Vincent. –Dijo ella, con calma.- Tú y yo lo sabemos bien.
-Tú y yo… Sí, es verdad. Lo que tiene que ser. Lo que sería.

Su mirada era fría, pero no cargaba con ninguna excusa.

-Lo que será, Vincent. –dijo ella de pronto, resuelta. Él sintió la necesidad de nuevo, el deseo, expectante por sus próximas palabras. Ahora la mano de ella apretó con fuerza la suya.
¿Era esto? ¿El muy normal temor por el futuro? Esa ley inviolable, que parecía hacer de él una raíz inquebrantable, indestructible, inamovible de ideas a causa de esa sinfonía del silencio que él solía auto-imponerse, esa música silenciosa que es el pasar del tiempo; esa preocupación compartida por ambos, tantas veces negada, tantas veces considerada de nuevo, de qué será lo que les depararía el futuro. Y ella sabía perfectamente que oía ahora esa música sombría en él. Pero el tiempo presente no podía, no debía ser olvidado.

-Viviremos día a día. Es lo único que podemos hacer, ¿verdad? –Dijo ella, con calma.- Ser lo que somos nunca ha sido fácil. Seguimos andando, tú y yo, y seguiremos caminando, tú y yo. Ya no me importa lo que pase, Vincent. Yo ya crucé la línea de ‘no retorno’. –él se movió incómodo, por primera vez, pero dejó ver que comprendía. Hubo un breve silencio, y Catherine preguntó:
-¿Y tú?

Fue una nota discordante. La mente de él giró en blanco. Se sintió entre la espada y la pared y una punzada de dolor lo recorrió. No, no esa pregunta, Catherine. No ahora. Ella apretó su mano aún más. La decisión en su mirada era inquebrantable. Necesito esa Respuesta, Vincent. Catherine repitió la pregunta imperturbable:

-¿Y tú, Vincent? –él se hizo hacia atrás, pero ya no había espacio para retroceder, y su espalda hizo contacto con la pared. Su boca se abrió apenas para contestar, pero no hubo respuesta inmediata. Un temor irracional se había apoderado de él, tembló, y se deslizó hacia abajo por la pared, y la capucha se movió hacia atrás, dejándolo al descubierto. Su cabellera, amplia, ahora enmarañada y húmeda, flotó suavemente en la brisa, y algunas hebras de su cabello se curvaron contra la superficie del muro en tanto descendía. Las manos de Catherine no soltaron las suyas y acompañaron el movimiento (la caída de él), hasta que ambos quedaron sentados en el piso del balcón.

Ahora él jadeaba, respiraba con fuerza, o bien intentaba mantener la respuesta alejada. Ella lo miraba, electrizada por su reacción, magnificados todos sentidos, desatada ya la tempestad de urgencia por lo que parecía ser una finalidad desesperada. Una oscura sensación, imposible de mantener dentro se ensañó con ella.

¿Cómo decirle? Pensó él. ¿Cómo se abre este camino? No puedo, no debo… Padre… “No debes, No puedes, Es peligroso. Eres igual a los demás, pero no.” ¡No! Gritó su mente. Y la última sentencia fue la que salió de su boca:

-¡No!

Y así soltó la mano de ella…

Ella sintió como se estrangulaba su garganta, como una pena inconmensurable aplastaba todo su deseo, de pronto él se volvió pequeño, frágil y sintió pena ante todo su dolor, que traspiraba por su cara, oscureciéndola aun más.

Catherine se removió en su postura, flexionó las rodillas, y casi se dejó caer sobre él. Su voz sonó quebrada. 

Todavía no era conciente del par de lágrimas que corrían por sus mejillas.

-Vincent… Vincent, ¿qué haremos? ¿Qué vamos a hacer?

Perdóname por traerte tanto dolor, fue lo único que él logró pensar. Ya no sé qué creer.

Ella apoyó su cabeza sobre el hombro de él, y por extraño que parezca, la sensación de calidez inundó por un momento la desesperación de Vincent.

-Vincent, no sé, yo no puedo vivir contigo como una sombra, como si fueras un fantasma tras de mí. Te necesito. Necesito que estés aquí. Ahora. No puedes vivir así, y yo tampoco. Déjame trasponer esa coraza, déjame pasar, Vincent, déjame compartir contigo lo que sientes. Yo estoy aquí para eso. Viniste a mí para eso. ¿Cómo hago para seguir adelante si no me dejas pasar? –suplicó ella, pasándose el dorso de la mano por la cara, para quitarse las lágrimas.

-Lo sé, Catherine, pero es que… ¡no puedo! –dijo él, en un susurro.

Ella se dio vuelta para mirarlo.

-Si puedes. No hay nada que te impida decirme lo que sientes. –él suspiró de nuevo y sacudió la cabeza, un mechón de su cabello cayó sobre el rostro de Catherine, y ella lo tomó suavemente, luego acercó la mano y la apoyó sobre su cuello, mientras sentía la sangre correr rápido por sus venas.

-Es que no sé que hacer, tengo miedo. Miedo de lo que podría pasar si…
-… ¿Si te atreves a ser tu mismo? –concluyó ella, sin dejar de mirarlo a los ojos.- ¿Si dejas por un minuto de pensar en quién eres? ¿O en quién supones que eres?

Él levantó la cabeza y fijó su mirada en otra parte, ella supuso que en las estrellas que comenzaban a titilar débilmente en el firmamento.

-Yo sé quien soy. –dijo.
-Entonces, si lo sabes, y yo estoy segura de que lo sé, –a esta afirmación, él la miró de nuevo, sorprendido-, ¿por qué no me dejas entrar, Vincent? -Ella volvió a su posición original, contra su hombro.
-¿Y qué soy yo para ti? –la pregunta salió con tal impulso que él se arrepintió de haberla dicho de ese modo, pero ya era tarde para echarse atrás, y ahora él sabía que iba a tener que ser valiente, realmente valiente, para afrontar la respuesta. Ahora ella se puso frente a él, se sentó sobre su costado y acercó su mano hasta acariciarle la barbilla, preparándose para responder.
-Eres todo.

Fue la respuesta más breve, más simple, y una que él nunca hubiese podido imaginar, aunque en su fuero interno, sabía que la totalidad de sus emociones dependían de ella, y que ahora estaba atado al gobierno de sus sentidos. Ya no había vuelta atrás, los hechos estaban consumados, el camino estaba tomado, y fue como una orden.

No hubo una sonrisa, ni nada que se pareciese. Vincent tomo el brazo de Catherine por el antebrazo, y la empujó contra sí mismo, en una actitud que no tendría nada de extraño, si no fuera por las circunstancias que los dos estaban viviendo en ese momento. Tan cálido fue su abrazo, tan fuerte, de pronto ella se sintió cubierta por una sensación de gratitud, de suavidad, de entendimiento, sin que pudiese desechar tampoco la enloquecedora  e irresistible fuerza de sus brazos alrededor suyo, que la transportaron en un deleite, no exento de un leve y dulce dolor al mismo tiempo. Por primera vez, ella disfrutó ese dolor físico que él le inflingía, que le decía que se había liberado un poco de su peso.

La sensación en él mismo fue estremecedora. Nunca antes se hubiese permitido sentir así con ella. Nunca antes su hubiese atrevido a hocicar su cabeza en el cuello de ella, casi sin que mediara ningún entendimiento, sin ningún condicionamiento para hacer lo que estaba haciendo. La besó allí, despacio, dos o tres veces, aspirando el aroma perfumado de su pelo, y ella gimió, complacida, esperando por más.

-Sí, amor, así debe ser. –dijo Catherine en un murmullo.

¿Amor, había dicho? Ella me ama; sí, así debe ser… ¿Y a dónde se había ido todo el dolor de hacía un rato? ¿Y qué importancia podía tener? ¿Por qué se lo estaba cuestionando ahora… justo ahora? No, ya no más. No iba a permitir que las negras prevenciones, las opiniones y confusiones que nacían en su mente a cada paso, alimentadas sin duda por el fuego condenatorio de los sermones de Padre, se hiciesen otro lugar en su corazón de nuevo. Ya no tenían ninguna importancia. Sí, ella me ama, sin importar de que modo, sin que nadie (ni yo mismo) pueda evitarlo. Pensó él, totalmente asombrado ante la idea.

Estaban fundidos en una posición extraña, incómoda. Dulce incomodidad, al fin. Ella había pasado una pierna por debajo de la de él, que estaba flexionada, y parecía una forma muy original de mantener el equilibrio, ya que él se había deslizado hacia abajo un poco, y ella descansaba sobre su cuerpo, apoyando ahora la cabeza en un lado de la cara de él. Tan cerca… como para besarla en la boca.

Y luego, todo pasó en una fracción de segundo. Él tomo su cara entre sus manos, y sin dudarlo y sin pensar, la obligó a abrir sus labios con su boca. Ella no se resistió. Se dejó llevar por la corriente del mismo modo que una rama es impulsada por la corriente rápida de un río, cerró los ojos y en un momento dado, sus manos se aferraron a los hombros de Vincent, de tal modo que pensó que aun ella podría hacerle daño a él. 

Vincent se sintió movido por su agarre firme, y su mano fue a posarse por detrás de la cabeza de ella, tomándola por la parte baja del cuello, impulsando la cabeza de Catherine contra su propio rostro, alargando la fresca sensación del beso. Ya no se preocupó por si podía respirar, o creyó que estaba respirando a través de ella… ¡Qué nuevo era este placer, aun inexplorado por él! Sentirse como si no hubiese tierra por debajo, como si una necesidad por largo tiempo insatisfecha se estuviera llevando a cabo, concretándose en largas oleadas de deseo creciente, de fruición inquieta… y así era. Aún no se había dado cuenta, pero percibía que había un extraño sonido flotando en el aire espeso entre los dos. Y él se preguntó si no estaba gruñendo por lo bajo, no con un sonido amenazador, si no más bien con un tierno susurro placentero que ni se imaginaba que fuese capaz de producir.  Ella respondió de igual modo, tan intensamente como pudo, curvando el rostro hacia un lado, para poder abarcar más ampliamente la boca de él, moviendo la cabeza suavemente, con pequeños estremecimientos que daban la sensación de ser destellos brillantes en su propia mente, que la recorrían hasta sus extremidades, que le trasmitían una rara fortaleza, que nunca antes había sentido, o que nunca antes hubiera creído poseer.

Al final, ambos tuvieron que ir separándose, porque necesitaban esa odiosa función animal que ambos compartían, la de respirar de nuevo. La cabeza de Vincent se hizo hacia atrás, y nunca supo cuando fue que la había separado de la pared para besar a Catherine, pero lo cierto era que recién ahora comenzaba a darse cuenta de lo que había hecho. Pero su sorpresa fue aun mayor cuando notó que no había sentido vergüenza. Sin preguntárselo dos veces, se vio obligado a admitir que era algo que él podía hacer, finalmente podía ser capaz de darle esa clase de placer a una mujer, y que si esta mujer era Catherine, entonces él tenía la obligación de satisfacerla.

Ese instante quedó suspendido en el tiempo, fluyendo lento. Catherine lo observaba ahora, con los ojos verdes ampliamente llenos de lo que a él le pareció una atención inusual. ¿Cuándo había abierto ella los ojos? ¿O era que él había cerrado los suyos? Realmente sintió curiosidad por esa mirada, que nada tenía de inquietante, pero que aun así parecía estar pidiendo hablar. Pronto los labios de ella se bordearon con una sonrisa.

-Esto fue… inesperado. Me… -ella se detuvo un instante, para reordenar sus ideas- …tuve la sensación de que esto no podía ser cierto. Pero ahora veo que puedes. –ella se abstuvo de agregar ¡Y cuánto!, aunque sorprendentemente, se sintió algo extraña diciendo semejante cosa.- Fue sencillamente… incomparable, Vincent.

Si Vincent hubiese sido capaz, se habría sonrojado, pero en cambio, se fue sentando contra la pared, y luego acercó a Catherine otra vez, de manera que la cabeza de ella quedó sobre su pecho, con el mentón casi a la altura de su cuello, lo que le permitió a él besarla de nuevo en la frente. Luego la miró.

-Nunca creí que fuera capaz de esto, Catherine. –dijo él, temiendo un poco por tener que decirlo.
-Hmmm… yo tampoco. Y realmente me alegro de que lo hayas hecho, Vincent.
-Yo sentí… -se detuvo por un instante, para asegurarse de que iba a usar las palabras correctas.- una extraña sensación después de lo que dijiste. Esas palabras. ‘Todo’. Nunca nadie me había dicho eso, nadie me había hecho sentir que yo era necesario… sé que hay gente, mi familia, que me aprecian y que me quieren. Pero tú… has logrado llenar ese espacio de mi mente… -se detuvo de nuevo y se corrigió a si mismo.- No, en mi corazón, que siempre supuse que no estaba vacío para…
-¿Para amar? –Lo cortó ella, y luego puso su mano en la mejilla de él, para acariciarla.- Me duele que digas esto, Vincent. Sabes que hace tiempo que me he dado cuenta de que eres capaz de amar, de que puedes amarme. No tienes que negarte esa posibilidad, es el perfecto indicio de que eres humano, de que eres una persona, amor mío. Y no debes decir nunca que no puedes hacer algo con respecto a mí. Siempre puedes y podrás decirme lo que sientes, sea lo que sea.
-Sí, -dijo el, mientras acariciaba su mano, posada en su propio rostro.-, prometo que de ahora en más, compartiré todo contigo, Catherine.

Ella deslizó la mano de él por debajo de las suyas, presionando sobre su corazón, de tal modo que podía sentir los latidos, algo irregulares por la emoción; luego cruzó los brazos por sobre el pecho de él, permitiendo que sus codos quedasen en el aire, para no presionarlo, y recostó la cabeza sobre sus manos, mirándolo fijamente por un momento.

A continuación se acomodó a su lado, apoyando la cabeza de nuevo en su hombro y cerrando los ojos:

-Estoy cansada.

Él supuso que quizá ya era hora de que se fuese, pero, antes de que pudiera sugerir tal cosa, Catherine dijo:

-Vincent, ¿eras tú?
-¿Eh? –dijo él, sin comprender.
-Si fuiste tú.
-No comprendo… -a esto, Catherine se sonrió, aun con los ojos cerrados.
-Si fuiste tú el que me besó.
La respuesta fue lo mejor de toda la velada:
-Catherine, ya crucé la línea de ‘no retorno’. –dijo él sonriendo.

FIN.


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